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El calor extremo y sequía transforman la agricultura en un desafío global. Estos fenómenos alteran las cosechas, elevan la incertidumbre alimentaria y amenazan la estabilidad de comunidades enteras.
Los recientes estudios de la Universidad de Columbia Británica muestran que el calor extremo y sequía generan una creciente inestabilidad en cultivos clave como maíz, soja y sorgo. Estos granos sostienen gran parte de la seguridad alimentaria mundial, pero ahora enfrentan riesgos que afectan la producción y los precios internacionales.
El análisis indica que, por cada grado adicional de calentamiento, la variabilidad anual en los rendimientos agrícolas aumenta de manera preocupante. Esto significa que la producción de alimentos ya no puede predecirse con la confianza de décadas anteriores. Las cosechas se ven expuestas a oscilaciones cada vez más pronunciadas, lo que dificulta la planificación agrícola y económica.
La consecuencia directa es clara: el calor extremo y sequía pueden generar crisis alimentarias recurrentes, aumentando los costos de los alimentos y golpeando con mayor fuerza a las regiones más vulnerables. Lo que antes parecía un fenómeno aislado, ahora se convierte en un riesgo global que afecta tanto a países desarrollados como a naciones en vías de desarrollo.
Los efectos del calor extremo y sequía no se reparten de manera uniforme en el planeta. Regiones como África Subsahariana, América Central y Asia Meridional figuran entre las más afectadas, principalmente porque dependen de la lluvia y carecen de seguros agrícolas sólidos. Un solo año de malas cosechas puede llevar a millones de agricultores a perder su sustento.
El círculo vicioso es claro: el calor seca los suelos y la falta de humedad intensifica las olas de calor. Este ciclo refuerza el estrés sobre los cultivos, lo que aumenta la volatilidad de las cosechas. Frente a esta situación, la resiliencia agrícola se convierte en un objetivo urgente para la estabilidad alimentaria mundial.
El Perú no escapa a esta realidad. La agricultura nacional, altamente dependiente de las condiciones climáticas, ya experimenta los efectos del calor extremo y sequía. En la sierra, las heladas repentinas y la falta de lluvias afectan a comunidades rurales que dependen del maíz y la papa, mientras que en la costa la escasez de agua compromete los cultivos de exportación.
Los pequeños agricultores son los más golpeados, ya que no cuentan con seguros agrícolas robustos ni con infraestructura de riego eficiente. Un solo año de pérdidas puede significar la diferencia entre sostener a sus familias o caer en la pobreza. La falta de planificación y la limitada capacidad de respuesta agravan el problema.
Frente a este panorama, el país necesita invertir en sistemas de riego modernos, investigación de semillas resistentes y políticas que fortalezcan la seguridad alimentaria. De no hacerlo, la combinación de calor extremo y sequía puede poner en riesgo tanto la producción local como la estabilidad de los mercados de exportación.
En este contexto, las empresas comprometidas con el medio ambiente, como Petramás, adquieren un rol clave. Aunque su campo de acción principal está en la gestión de residuos sólidos y la generación de energía limpia, su labor contribuye directamente a mitigar los efectos del calor extremo y sequía.
La reducción de emisiones de gases de efecto invernadero es esencial para frenar el calentamiento global. Petramás, al transformar residuos en energía renovable y al evitar que toneladas de desechos liberen metano, ayuda a reducir la presión sobre los ecosistemas y a estabilizar el clima.
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